Vos tenés que anotarte en una lista de espera, tus abuelos también, aunque estén en grupo de riesgo. Pero si sos amigo de Ginebra, estás salvado!
El escándalo que se destapó con las vacunas de privilegio amenaza con escalar tras el reconocimiento público del periodista Horacio Verbitsky de que había logrado inocularse contra el coronavirus por una gentileza del ministro de Salud, Ginés González García.
También habrían sido vacunados Hugo Moyano, su esposa, Liliana Zulet, y su hijo Jerónimo, que tiene 20 años y vive con ellos bajo el mismo techo.
El vacunatorio VIP del doctor Ginés y un daño brutal al plan sanitario
Hay quienes sugirieron desde el círculo íntimo del jefe camionero que fue Zulet, con su larga trayectoria como empresaria de servicios médicos, la que gestionó las inoculaciones.
Con 77 años, Moyano asumió desde el inicio de la pandemia que era grupo de riesgo. Sobrellevó buena parte de la cuarentena entre su departamento en Barracas y su despacho del tercer piso del Sindicato de los Camioneros, donde se hizo poner una lámina de blindex sobre el escritorio que sirve de barrera sanitaria. Zulet lo convenció de reforzar cuidados cuando un brote de contagios alcanzó a secretarios y miembros de la comisión directiva del gremio. Limitó durante meses sus encuentros y accedió a los que requerían sí o sí su presencia, como las charlas íntimas con el Presidente, en Olivos o en la Casa Rosada.
Los recaudos por el virus también se tomaron en el hogar: fue Zulet quien impuso el distanciamiento en las comidas familiares de fin de año y la que insistió a Jerónimo, su hijo de 20 años, a que se cuide en sus salidas con amigos, primos y hermanos.
rró todos los pronósticos. Dijo en enero de 2020 que no había “ninguna posibilidad” de que el coronavirus llegara a la Argentina. Se rectificó pronto, pero se jactó de que el Covid le preocupaba “menos que el dengue”. Con la crisis estallada, dijo que el pico de casos llegaría en mayo. Después en junio, después en julio. Prometió tener vacunadas a 10 millones de personas en diciembre, pero se acaba febrero y apenas 400.000 personas consiguieron aplicarse una de las preciadas dosis.
Los vaticinios fallidos de Ginés González García se habían convertido en un rasgo casi folclórico de la gestión pandémica de un gobierno desbordado por la emergencia y urgido por conseguir un bien escasísimo en el mundo. Pero en las últimas horas un foco más incómodo se posa sobre el ministro de Salud, a partir de que el periodista Horacio Verbitsky contó en público que había logrado vacunarse por una gentileza del propio ministro.
La revelación significa un misil para la credibilidad de González García y ensombrece el plan de vacunación que el presidente Alberto Fernández considera la prioridad número 1 del año. La existencia de una sala VIP en el propio Ministerio de Salud para vacunar a amigos del poder expone al Gobierno ante una sociedad que llora a diario 200 muertes y tiene a miles de personas en riesgo de vida que hacen colapsar los sitios web de inscripción con la esperanza de alcanzar el soñado antídoto.
El desparpajo de la vacunación acomodaticia había salido a la luz esta semana con el escándalo en Santa Cruz por el caso del diputado kirchnerista Juan Benedicto Vázquez y el intendente Héctor Vidal (de Piedra Buena). Pero abundan las sospechas de que los frasquitos de la Sputnik V se reparten inescrupulosamente como ofrendas del poder (“por debajo de la mesa”, como había denunciado en primera persona Beatriz Sarlo), por fuera de los criterios epidemiológicos establecidos por el propio ministro González García. Con el correr de las horas empiezan a aparecer más nombres de privilegiados: sindicalistas, ministros, dirigentes sociales, legisladores.
La tentación de darse la inyección había sido enorme para que Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Axel Kicillof y decenas de otros dirigentes de alto rango se fotografiaran en el vacunatorio. El argumento oficial: que el gesto y su difusión masiva implicarían un impulso para eliminar miedos en la sociedad y garantizar el éxito de la campaña de inmunización.
Fuente: La Nación