Alberso está en las últimas. Se viene, entre otras cosas, más piquetes, tomas de tierras en barracas, y un marco electoral cargado de tensión, en dónde el oficialismo se ve cada vez peor a dos años de haber vuelto para “ser mejores”. Por eso el títere está preocupado y teme que lo dejen solo.
En el acto de ayer en Tecnópolis dejó en evidencia que está más solo que loco malo, y dijo que no va a traicionar ni a Cristina, ni a Máximo, ni a Massa, y por al último, al pueblo que lo votó. Pero como dice Tato, él no es el presidente solamente de los que lo votaron, sino de todos los argentinos.
Alberso está en bolas en el medio de la avenida y sabe que si le sueltan la mano tiene que renunciar. Las PASO pueden arrasar con el gabinete albertista, y si los números no le dan, es probable que se instale el Instituto Patria en todos los ministerios y el títere represente el papel de presidente, pero las decisiones se tomen en otro lado, mucho más de lo que hoy se hacen.
La cosa está jodida a nivel institucional porque es un hecho inédito que un presidente, en un país presidencialista como el nuestro, tengo menos poder que la vicepresidente, y que no pueda tomar ni una decisión si no es aprobada por quienes ostentan el poder político real. Alberso es una caricatura de sí mismo, un fantoche político que no sirve ni como pañuelo descartable.
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